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Editado en Bogotá D.C.

 

El tren de la Seguridad Social

Los domingos pasa el tren por la via del norte de la sabana de Bogotá, arrastrado por una locomotora que nos recuerda los tiempos aquellos en que no existía en Colombia obligación alguna del Estado de garantizar servicios de salud a la población pobre. 

Arrastra unos cuantos vagones, que no pueden ocultar la vejez, por más que vistan sus onduladas latas de alegres colores, lo que nos hace pensar en nuestros viejos hospitales del Sistema Nacional de Salud disfrazados de empresas productivas.

Sus asientos llevan unos forros plásticos blancos en la cabecera, como en los viejos buses intermunicipales, y de inmediato nos llegan a la la memoria los restaurantes que anuncian "ambiente familiar", para señalar que son pobres pero honrados, como las camas de nuestros hospitales.

Dentro del tren viajan algunas personas que van de paseo dominical, pues hace años el tren dejó de ser un medio real de transporte público en nuestro país, para dar paso a los vehículos motorizados particulares. Ello nos hace pensar en el Seguro Social por alguna razón.

Pero la inevitable sensación de angustia que nos produce el ver pasar el tren, no estamos seguros, si se debe a que es una viva muestra de la incapacidad del Estado (y los respectivos gobiernos), en este caso para hacer sobrevivir un medio de transporte, eficaz en muchos países, o si la desencadena simplemente el hecho de tener que ser testigos obligados de la eterna agonía de este último tren. 

Y otra vez la asociación libre nos lleva al Estado frente a la Seguridad Social, pues no sabemos si el Estado va a ser capaz (y los respectivos gobiernos), de fortalecerla y lograr que en ella se suban todos los colombianos, como no fue capaz de fortalecer los ferrocarriles, o vamos a ser testigos de su agotamiento y cambio por cualquier otra modalidad de organización de los servicios de salud. 

Por lo pronto este gobierno ahí dejó la Seguridad Social, sin tocarla ni mancharla, sin fortalecerla ni dejarla morir. Apenas sobreviviendo en un marco de crisis económica y desempleo, camina frustada, viendo la imposibilidad de alcanzar el destino prometido. Eso sí, podemos señalar con claridad, que no se puede acusar al Ejecutivo de incumplir promesas, pues tampoco prometió nada.

Con perdón....., en el Plan de Desarrollo que presentó al Congreso- y que resultó mortinato- sí se prometió poner en marcha el tren, pero el tren de la salud del Magdalena Medio. ¿Alguien podría decirnos donde están los vagones -que costaron millones- y donde la locomotora? Para que podamos enterrar ese tren y no nos ronde como el otro, cual fantasma dominical.  

Si nos quitamos de encima este muerto, nos queda el tren grande, el de la Seguridad Social, cuyo futuro depende exclusivamente de la capacidad de la sociedad y el Estado (y de los próximos Gobiernos, porque este ya se fue) para construir una vida mejor para todos los colombianos. 

Pero ahora está de moda la guerra y no los trenes, ni la seguridad social. Además hace muchos años que la guerrilla no se toma un tren -la última vez que un movimiento guerrilleró se lo tomó llegó al Ministerio de Salud-. Pasarán muchos años antes de que la seguridad social sea tema central para la construcción de la paz, arma estratégica del único arsenal posible contra la guerra. Ojalá en medio del fragor del combate, entre tanto,  alguien se acuerde de la salud y le deje algún presupuesto, aunque sea para atender a los heridos.

Febrero de 2002


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