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Editado en Bogotá D.C.
Un futuro desconcertante
Para quienes no pensamos que todo tiempo pasado fué mejor; pues disfrutamos en lugar de temer cada uno de los avances tecnológicos que modifican bruscamente la vida y el mundo que conocemos; y aún para quienes aguardamos con expectativa totalmente optimista los años por venir, no deja de ser desconcertante el futuro que se avecina en el campo de la práctica médica, en virtud del desarrollo científico.
Y decimos desconcertante, sin implicación negativa alguna, para señalar algo que va más allá de lo sorprendente o lo espectacularmente novedoso. Es como si se anunciara la llegada a un nuevo mundo, del que no tenemos referencia distinta de la que nos permite la observación de algunos pedazos de materiales e instrumentos de tecnología desconocida.
Podríamos decir que los grandes avances que supusieron el ingreso a la práctica médica de la anestesía en el primer cuarto de siglo XX, de los antibióticos en el segundo cuarto, de la cirugía en el tercero y de la tecnología de diagnóstico en el último cuarto de siglo, al finalizar las primeras décadas del Siglo XXI los observaremos tan anticuados como los inventos de la bombilla o el telégrafo.
Lo que se vislumbra, por ejemplo en el campo de la genética, va más allá de lo que era pensable apenas unas décadas atrás, y abre tal grado de posibilidades, que pone en jaque incluso la definición y esencia del ser humano. Estos avances científicos mueven el piso de nuestras crecencias, como otrora lo movieran Galileo, Darwin o Freud, al romper los esquemas predominantes de pensamiento de una época. Como dichos esquemas de pensamiento sostienen una forma determinada de relaciones sociales, al acabar con estos se da fin igualmente a cualquier ilusión de estabilidad social pasajera, lo que genera gran temor colectivo.
Sin embargo, el temor principal que este desarrollo científico trae incorporado, no tiene que ver con el resucitar del mítico Frankestein, en versión moderna obtenida por clonación, concepto popular ligado al espectáculo, sino con la increible y asustadora longevidad que será posible, por ejemplo como consecuencia de la tecnología de fabricación de células y órganos, para sustituir, sin problema de rechazo alguno, los tejidos y órganos afectados por alguna enfermedad o simplemente por el transcurrir del tiempo.
Así mismo, el conocimiento del mapa genético humano traerá como consecuencia inmediata el descubrimiento de todas las relaciones entre sistemas de órdenes y contraórdenes que se dan en la estructura más profunda y primaria que rige el funcionamiento de células y órganos, lo que en términos comparativos significa, en menor o mayor grado, la toma del centro de control del cuerpo y de la vida misma, de tal modo que enfermedades hasta ahora inmanejables o intratables por desconocimiento de los mecanismos que las desencadenan, serán controladas con una intervención mínima sobre cualquiera de los hasta ahora inaccesibles y secretos códigos de alguno de los 50.000 a 70.000 genes estimados.
Estos dos grandes campos de posibilidades derivados del conocimiento y manipulación posibles del centro de control de la vida, sin duda se extenderán también a otras formas de vida con las que necesariamente estamos interrelacionados, bien sea virus, bacterias, hongos y otros microorganismos, con los que se deben establecer nuevas relaciones de convivencia; plantas, de las que derivamos directa o indirectamente nuestro alimento y que hacen posible la existencia de una atmósfera para la vida, o la gran variedad de animales mayores que han enseñado y ayudado a sobrevivir al hombre.
La destrucción o alteración grave de cualquiera de las anteriores formas de vida por la acción humana, ahora más posible y temible, significará sin duda la destrucción de la humanidad. Reza una noticia publicada en la actual edición que "El hecho de que el ADN de los humanos y de los chimpancés difiera solamente en un 1% merece una explicación. La explicación podría estar tanto en la diferencia bruta en la secuencia de ADN como en la forma en que están ordenados los genes en los cromosomas. Comprender estas diferencias será el mayor logro del proyecto genoma humano.". Agreguemos que esta sorprendente cercanía implica necesariamente una mejor identificación del hombre, que una vez bajado de la nube de su superioridad biológica, debe entender la necesidad de coexistencia con todas las formas de vida..
Finalmente, los efectos de estos avances científicos y del desarrollo de las consecuentes tecnologías para la práctica médica pueden avizorarse a lo lejos, en una desaparición progresiva de las camas hospitalarias, en el control relativamente sencillo y a bajo costo de las enfermedades graves a las que hoy le tememos, como el cancer, la artritis, el SIDA, las insuficiencias renales o los problemas cardiacos, pero también en el incremento de la longevidad y en la aparición de nuevas patologías degenerativas y la creación de múltiples mecanismos ambulatorios de control e intervención sobre el cuerpo humano.
La nueva práctica médica a su vez, con las enormes potencialidades iniciales de superar la discapacidad y la muerte por las enfermedades que hoy agobian a la humanidad, pondrá en primer lugar una vez más en evidencia la justicia social y la equidad en el acceso a las modernas formas de tratamiento que garantizan la longevidad. Posteriormente, superadas estas patologías, la accesibilidad a los servicios de salud no dependerá entonces, como en la primera etapa, del dinero particular o del aseguramiento para garantizar la atención para enfermedades de alto costo, sino posiblemente del financiamiento social y colectivo de múltiples servicios ambulatorios de alta tecnología para el "mantenimiento" preventivo y permanente del cuerpo humano, es decir, de una sociedad más igualitaria, con un hombre mucho más socializado y dependiente del colectivo.